Me causa una extraña satisfacción encontrar un domicilio sin usar una aplicación de mapas, sin preguntar a nadie, solo con la información básica.
Lo mismo me pasa cuando veo el cielo, vaticino lluvia y ¡sucede!.
Aunque, muchas veces, no doy con un domicilio ni el pronóstico se cumple.
A veces me sucede así cuando leo la Biblia.
Leo esperando algo específico: bendición, dirección, solución, favor.
Leo suponiendo que Dios me va a hablar a partir de mis necesidades.
Y cuando estoy frente al texto, no entiendo nada y nada se parece a lo que creo necesitar.
Es cuando viene la decepción: “Esto es muy difícil. Esto no es para mí. ¿Dios quiere hablarme?”.
Muchas veces lo que estoy leyendo no es claro para mí, porque no tiene relación con lo que quiero o espero del texto.
Entendemos el texto. No entendemos su significado.
Entonces comienzan las especulaciones.
Acomodamos el texto a nosotros.
Forzamos pistas, símbolos, enlaces, fantasía.
Hacemos del tiempo de lectura una fiesta de conjeturas espiritualoides.
Falsas señales me llevan a mi mismo y no a Dios.
¿Estoy dispuesto a oír a Dios, a pesar de la posibilidad de no estar dentro de mis expectativas?
Si hubiera atestiguado alguna enseñanza o milagro de Jesús ¿cómo hubiera reaccionado?
Si viajara al pasado para mirar algún pasaje de la Biblia, ¿me ayudaría a comprenderlo?
¿Ser uno de los pastores que vieron la estrella de Belén y oyeron los ángeles cantar afirmaría mi fe sobre el nacimiento de Jesús?
¿Qué me haría leer la Biblia, seguir leyendo y después, leer más?
Pienso que si el texto de la Escritura en blanco y negro no puede inspirar mi fe tampoco los colores vívidos de un pasaje lo harán.
¿Con qué ojos miro la Escritura?
El problema no está en el texto. El problema está en mí.
Más o menos color no hace la diferencia porque lo escrito es suficiente, es lo que debemos ver, creer y entender.
Querer saber más del texto o entender más no siempre es un síntoma de salud espiritual.
No es posible saberlo todo, como no es posible viajar al pasado y ver un pasaje a todo color.
Aún así, está difícil.
¿De qué se trata leer la Biblia?
¿Por qué no me parece sencilla la Biblia?
¿Por qué no encuentro fácilmente indicaciones, respuestas, dirección o pronóstico?
La Biblia es una gran historia contada a través de otras historias.
Cada una de esos sucesos pretenden contrastar nuestra manera de pensar, vivir y creer.
Si observas lo escrito en la Biblia, verás qué hay sucesos sobrenaturales.
Dios mismo hablando.
También verás a sus personajes mostrados con todo y sus pecados.
Vemos a seres humanos tomando decisiones.
En ocasiones, valientemente deciden ser fieles a Dios; en otras, simplemente son víctimas de su naturaleza, van contra Dios.
En los evangelios encontramos parábolas, historias llanas mediante las cuales se pretende explicar un principio espiritual.
Jesús recurrió a ellas constantemente.
Dos personas, dos virtudes, dos principios, dos acciones son presentadas y contrastadas.
No es tan simple como “blanco y negro” o “malo y bueno”.
En la mayoría de las parábolas, hay un desafío de creencias.
Si elige un camino, no hay retorno, llegará hasta este otro punto.
Es una manera de ayudarnos a tener conciencia de las consecuencias de nuestras creencias y decisiones, de su incoherencia.
Por ejemplo, hay personas que afirman ser ateos. Sin embargo, en su cartera llevan un amuleto que su abuela les regalo, solo “por si acaso”.
Hay personas con la Biblia bajo el brazo y con corazón amargo, no pueden perdonar.
Ya sean parábolas o las propias historias descritas en la Escritura, la Biblia desafía constantemente nuestras creencias, pensamientos y decisiones.
Entonces, verás que tus expectativas al leer a veces no se cumplen porque estás leyendo algo que no quieres leer, no quieres escuchar, no quieres saber.
Historias, una por una, nos desafían, confrontan.
¿Qué estoy creyendo respecto de Dios?
¿Cómo soy retratado en el texto?
El joven misterioso
En el evangelio de Marcos hay un relato misterioso.
A unas horas del arresto de Jesús, él se encontraba con sus discípulos en un huerto.
Después de la cena habían caminado hasta ahí.
Comenzó a sentir angustia y dolor, por la inminencia de su muerte.
Jesús oró; los discípulos no pudieron.
Así, uno orando; los otros, somnolientos, Jesús fue aprehendido.
Judas había consumado su traición.
Hubo un forcejeo prontamente calmado por el propio Jesús.
Todos sus discípulos huyeron.
“Un joven que los seguía solamente llevaba puesta una camisa de noche de lino. Cuando la turba intentó agarrarlo, su camisa de noche se deslizó y huyó desnudo”. Marcos 14:51-52 (NVI)
En otras versiones, se describe a este joven como cubierto con una sabana.
Y me resulta inevitable reír e imaginar a un “fantasmín” dando vueltas por ahí, en la oscuridad.
¿Quién es ese joven?
¿A quién se le ocurre salir así?
¿Costumbres de época?
Más extraño aún, ¿por qué este relato está en la Biblia? ¿No es demasiado vano e insignificante, impropio y vulgar?
A veces, nos topamos con relatos como estos, parecen no tener sentido, ni lógica y menos tener una lección para nuestra vida.
¿Qué debemos hacer?
Seguir leyendo.
Jesús es llevado ante las autoridades religiosas para tener una especie de interrogatorio extra judicial.
Mientras eso sucedía, el gallo cantó y Pedro negó a Jesús tres veces.
Llegó la mañana y Jesús fue presentado antes la autoridades romanas para después de ofensas, golpes y humillaciones decidieran su ejecución.
Jesús fue crucificado y sepultado.
Al tercer día, unas mujeres decidieron ir a la tumba para ungir con especias aromáticas el cuerpo de Jesús.
Era muy temprano, empezaba a clarear el día.
Al llegar a la tumba descubren que la piedra de la entrada del sepulcro estaba removida.
“Al entrar en el sepulcro vieron a un joven vestido con un manto blanco, sentado a la derecha, y se asustaron. No se asusten- les dijo-. Ustedes buscan a Jesús el nazareno, el que fue crucificado. ¡Ha resucitado! No está aquí. Miren el lugar donde lo pusieron.”Marcos 16:5-6 (RV1960)
¿Quién es este joven?
¿Cómo entró a la tumba?
¿Era un ángel?
¡Qué bueno, estaba vestido!
Es muy interesante como Marcos, en ambas historias, tiene el cuidado de informarnos cómo estaban vestidos ambos jóvenes: el primer joven llevaba puesta una sabana; mientras el último, un manto blanco.
¿Qué significa todo esto?
¿Qué nos quiere decir?
¿Por qué?
Una respuesta es que el primer joven es Marcos; el segundo, un ángel.
A mí me gusta pensar que las cosas son así.
Sin embargo, es una suposición. Nada hay en el texto que la afirme.
Dos jóvenes.
Uno sigue de lejos a Jesús. Otro está en la mismísima tumba de Jesús.
Uno, en pijama o envuelto en una sábana. Otro, vestido con un manto blanco.
Uno, al ser descubierto deja la sabana y huye desnudo. Otro, permanece sentado, vestido y calmado.
Uno, no dice nada, huye. Otro, da un mensaje de aliento y esperanza.
En un caso es de noche, muy noche. En el otro, es de mañana, muy de mañana.
En un caso, son hombres quienes con espadas y palos van a arrestar a Jesús. En el otro, son mujeres quienes con especias aromáticas buscan honrar a Jesús.
Y ahí está, la lista de contradicciones rondando en tu cabeza y la mía: “Vamos, dime ¿cuál es la enseñanza?”
Pero, ¿cómo enseñar algo que no puedo explicar?
Todo lo que diga es una enseñanza basada en suposiciones.
No puedo espiritualizar el texto. No debo.
Pero, el pasaje esta ahí y debe significar algo: “Vamos, dime algo, enséñame algo”.
Consolación
“Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza. Pero el Dios de la paciencia y de la consolación os dé entre vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús…” Romanos 15:4-5 (RV1960)
Es aquí cuando, necesitamos recordar: La Escritura es para consolación.
Cuando oímos “consolación” imaginamos una persona abrazando a otra o dandole palabras de esperanza.
La consolación en la Biblia no es ese “apapacho” o abrazo, es una Persona abrazando y dando aliento.
Dios es el Dios de la consolación.
La Escritura no da palabras de consuelo, nos presenta al Consolador, al que nos consuela, nos acompaña, enseña todas las cosas y recuerda las palabras de Jesús.
“Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros…. Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho.” Juan 14:16-17, 26 (RV1960)
Cuando nos parece árido el texto, lejano e incómodo por no ajustarse a mis necesidades, debo recordar que ahí hay consolación.
Consolación es aliento, ánimo, exhortación, es la compañía de Dios.
A veces estamos siguiendo a Jesús de lejos y de noche, desnudos, débiles, con vergüenza.
Nos avergonzamos de nuestro pasado y de nuestro presente.
Y cuándo somos sorprendidos, por la oscuridad, por las pruebas que nos confrontan para decidir si realmente seguimos o no a Jesús, huimos, seguimos avergonzados.
Pero, Jesús estuvo ahí, esta aquí, está en mí.
Su Palabra lo recuerda en cada palabra.
Tú y yo podemos estar confiados, sentados, animados, vestidos.
Vivir a la luz de día y confiados en Él porque Él está con nosotros.
Leemos la Biblia porque necesitamos consuelo, necesitamos a Dios.
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