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Ezequiel 37:1-14

En mis tiempos universitarios me dejaron la tarea de visitar el servicio médico forense de mi localidad.

Al aproximarme al edificio, tenía que cruzar un puente peatonal.

Desde el puente, a una distancia de ciento veinte metros se alcanzaba a ver el patio del forense.

Había un cuerpo ahí.

Me detuve, no podía caminar, como si enfrente de mí hubiera un muro impenetrable.

Me dio escalofrío. No tenía miedo, sentía pesar por la persona que ahí yacía; seguramente había sufrido un accidente o había sido víctima de algún delito.

Pensé en su familia.

Pensé por primera vez en la muerte.

Cuando leo este pasaje pienso en el profeta Ezequiel, un exiliado más, sentado a las orillas de un río en Babilonia, junto con otros paisanos sufriendo las consecuencias de su cautiverio.

Imagino a esos sobrevivientes a la caída de Jerusalén traumatizados, padeciendo ansiedad, viviendo una pesadilla.

Este pasaje nos muestra la condición interna de Israel.

Están hechos pedazos.

“Nuestros huesos se han secado. Ya no tenemos esperanza. ¡Estamos perdidos!”

Puedo sentir el dolor del profeta llevado a este valle lleno de huesos secos, que se pasea entre ellos, observa alrededor y ante la pregunta divina:

«Hijo de hombre, ¿podrán revivir estos huesos?»

Él responde:

«Señor omnipotente, tú lo sabes.»

Señor sabes lo que siento.

Señor sabes lo que perdimos.

Señor sabes que estoy destrozado por dentro.

Ese montón de huesos era el pueblo de Israel.

Dios manda al profeta a hacer su trabajo, profetizar y decir:

“¡Huesos secos, escuchen la palabra del Señor!

Suficiente para que sucediera el milagro y ese montón de huesos tuviera vida nuevamente.

La palabra de Dios creó este mundo.

La palabra de Dios tiene poder de dar vida.

Dios habló a Adán y Eva en el huerto de Edén, a pesar de haber pecado.

Dios habló a Caín, a pesar de haber odiado a su hermano.

Dios habló con Noé, en medio de una generación corrompida.

Dios habló con Abraham, Isaac, Jacob, a pesar de las fallas terribles de cada uno.

Dios habló con Moisés, a pesar de su resistencia para responder a su llamado.

Dios habló con Josué y le mostró de dónde vendría su fuerza para conquistar la tierra prometida.

Dios habló con Samuel, con Saúl, con David, con Salomón.

Dios habló a Israel a través de sus profetas para advertirles sobre su conducta, su desobediencia al pacto y las consecuencias que vendrían.

Dios ahora habla para dar vida a un pueblo muerto en sus pecados, seco por dentro.

Israel está reconociendo su incapacidad interna, natural, humana para cumplir con los requisitos del pacto, obedecer la ley.

Israel confiesa su necesidad.

Dios declara su Palabra.

La misericordia de Dios revela la omnipotencia de Dios.

Porque teniendo todo el poder para destruirnos a causa de nuestro pecado, tiene el poder para contenerse y el poder para amar lo que no es amable, lo que esta seco, arruinado, lo que yace en un valle de huesos secos.

La gracia de Dios es doble poder de Dios.

“Pueblo mío, abriré tus tumbas y te sacaré de ellas, y te haré regresar a la tierra de Israel. Y cuando haya abierto tus tumbas y te haya sacado de allí, entonces, pueblo mío, sabrás que yo soy el Señor. Pondré en ti mi aliento de vida, y volverás a vivir. Y te estableceré en tu propia tierra. Entonces sabrás que yo, el Señor, lo he dicho, y lo cumpliré. Lo afirma el Señor.”

Aquí el resumen:

Profeta impotente.

Pueblo seco.

Palabra de Dios.

Aliento de vida.

Dios, el Señor es Omnipotente.

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