“Murieron José y sus hermanos y toda aquella generación. Sin embargo, los israelitas tuvieron muchos hijos, y a tal grado se multiplicaron que fueron haciéndose más y más poderosos. El país se fue llenando de ellos.”
Hay tres cosas a observar en este pasaje.
Primero, un nuevo faraón o casta real ha llegado al poder y desconoce a José y su familia.
Segundo, la familia de José, compuesta de setenta personas se ha convertido en un pueblo numeroso, el pueblo de Israel, tal como Dios lo había prometido a Abraham.
Tercero, este nuevo faraón se siente intimidado por lo numeroso y fuerte del pueblo de Israel de manera que son esclavizados y oprimidos, con grandes cargas de trabajo, pero sobre todo con la amenaza de exterminio: matar a todos los varones recién nacidos.
El trazo de la redención nos ha llevado a Egipto, en una larga parada de cuatrocientos años desde que José se estableció allí.
Son un pueblo numeroso en una tierra extraña. Dios no solo prometió un pueblo grande sino un territorio para ellos.
Parece que la situación se ha salido de control. No es así.
Aquí es donde volvemos otra vez a toparnos con la interacción del plan global de salvación de Dios con la vida simple y problemática de seres humanos.
El trazo de la redención nos lleva a la intervención de Dios en ese momento: Moisés, un bebé recién nacido, proveniente de la familia de Leví, con decreto de muerte, que es escondido en una pequeña cesta, depositado en un río y que irónicamente es rescatado por su hija.
Si, mi querido Faraón, la salvación del pueblo que oprimes, duerme en tu palacio, ahora es un bebé, comerá de tu mesa, lo llamarás tu hijo, lo educaras y en el momento oportuno te enfrentarás a él o mejor dicho a su Dios, el Dios de Israel: A El Yo Soy el que Soy.
Aquí el resumen:
Multiplicación
Opresión
Una cesta
Un río
Un bebé
Dios El Gran Yo Soy
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